miércoles, enero 28, 2015

Segunda piel


¿Puede ser el cuerpo una prisión? A veces, cuando la ansiedad sube y se hace grande en el pecho, en los pulmones cerrados de los que se escapa el aire; o también otras, cuando la frustración y la rabia salen a borbotones, ojos y puños apretados fuerte... casi parece que el cuerpo, mi cuerpo, es demasiado chiquito para todo lo que tiene dentro, demasiado pequeño en el poco más de metro y medio de estatura que ocupo. Poco espacio para contener todas mis sombras, toda la energía que guardo dentro (esa que no ocupo en levantarme temprano, ni en andar por el barrio haciendo algo de ejercicio, ni quizás en nada demasiado útil y sí en mucho ir y venir dentro de mi cabeza), toda la tormenta desatada que a veces soy y que este cuerpo no puede resguardar, porque donde llueve a mares es dentro y no fuera. Y puede que la vieja técnica de dar puñetazos a la almohada sirva para descargar un poco, o quizás llorarlo todo, derramarse toda y dejarse llorar también a mares, como la lluvia, dejarse llorar sorbiendo por la nariz, llorar hasta que los ojos se pongan rojos y no enfoquen bien, lente de cristal de agua salada translúcida. Pero hay veces que ni eso sirve, ni eso descarga lo que llevo dentro, y hay que recurrir a alternativas menos sanas, menos cuidadosas, pero que yo sí sé que por fin aflojan la presión y relajan sin estallar en bomba que alarme a los vecinos.

Y una sensación parecida a la de ese cuerpo-prisión, cuerpo-cárcel que se antoja pequeño, extraño, equivocado, también me viene a veces a la cabeza cuando el picor de esta piel-atópica-pequeña-pesadilla sube y sube, y sé que no me debo rascar pero sólo puedo pensar en eso, única idea que rebota en mi cabeza, y escuece la crema que se supone que trata la dermatitis cuando está descontrolada, y se descontrola también la cabeza en pensamientos que vienen y van y en ningún momento del paseo se aclaran. "Toma tres pastillas en vez de una", pienso y no lo hago porque algo de lucidez queda tras el picor. "No voy a poder dormir", pienso y me suelo equivocar, porque al final, siempre al final, horas después, el sueño me vence y acabo cayendo. 

Y pienso que ojalá tuviera otra piel, ojalá pudiera quitarme esta sin necesidad de desollarme, sólo bajando la cremallera de la espalda y desembarazándome así de este cuerpo que no funciona bien, de este recubrimiento que ha salido enfermizo, débil, quebradizo, frágil hasta la náusea, que no sirve, seco, indefenso. Pero busco la cremallera y no la encuentro, ilusión óptica, tatuaje que engaña a la vista y que la mano no atina a coger. No existe, no hay, no es. Toca cargar con esta piel, este cuerpo, igual que aprendí hace años que tocaba cargar con esta cabecita loca que llevo encima de mis hombros. Y sí, cargar no debería ser la palabra, ni para la cabecita enloquecida ni para el cuerpo, el envoltorio que tiene debajo... aunque a veces, demasiadas veces, lo sea. 

Tocará aprender a cuidar no sólo de la cabeza sino también de este cuerpo, cuidarlo y mimarlo incluso, confiando en que así responda de otra manera. Quizás esto es su forma de lanzarme S.O.S. porque no le escucho... ni a él ni a su piel. Pero no hay segunda piel debajo ni puedo pedir repuestos al taller de la esquina, me temo. Habrá que recoger el mensaje embotellado que me manda de la manera que sabe.

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domingo, enero 11, 2015

Crónicas navideñas 2014

Y pasaron otras Navidades más, y acabó el 2014 y entramos con buen pie en el 2015 y parecía que, por una vez, todo salía como se esperaba o incluso mejor. Para las fiestas nos reunimos toda mi chiquita familia y hasta los que llevaban años evitando coincidir en un mismo espacio-tiempo por aquello de no tener que dirigirse la palabra, se reunieron también y no saltaron las alarmas ni llovieron las puñaladas (aunque hubo algo parecido a una katana y también una estrella ninja que pasó de unas manos a otras).

Este año, que me pillaba ya siendo pensionista por enfermedad, tuve la sorpresa de la paga extra (años que llevaba sin ver algo así en mi cuenta bancaria), así que pude perderme varios días por distintas tiendas buscando el regalo que hiciera sonreír a mi madre, mi chico, mi prima ya-no-tan-pequeña, sin ir restando mentalmente de la cuenta corriente para no quedarme en números rojos. Y en la mañana del 25 de diciembre, nuestro árbol de Navidad amanecía como veis en la foto, casi con el cartel de "Completo".

También conseguí que la última noche del año, que para mí es especial aunque ya sé que es una hoja más del calendario... pero esa última noche la disfruté, primero con la familia de mi chico y la pequeña bebé que ha ido creciendo con ellos este año, y luego tomando las uvas, brindando y finalmente celebrando el nuevo año con nuestra gente en el centro social que hemos conseguido mantener abierto estos meses a pesar de la orden de desalojo que pende sobre él. 

Y ahora aquí estamos, con el 2015 ya iniciado y algunas de las mismas dudas que siempre tengo, de nuevo dando vueltas cabeza arriba, cabeza abajo. ¿Me mantendré mínimamente estable este año? ¿Tendré que visitar, como el año pasado y el anterior, la estancia de paredes blancas y mesas verdes? ¿Conseguiré organizar mi tiempo, plantearme actividades que me hagan salir de casa y, más importante aún, que me hagan sentir útil, válida, que me hagan sentir que despertarme día tras día merece la pena?

Es un año nuevo que está por construir, y ya veremos después si construyo una cárcel o un jardín soleado. La suerte está echada.

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